Cuando la motivación a ingerir alimentos no es promovida por el hambre sino por un impulso nervioso, las afecciones a la salud se hacen presentes tarde o temprano, pues se trata de un desorden alimenticio que va más allá de lo que se come y la forma de hacerlo. Para evitar problemas, empiece por leer la siguiente información.
¿Ha notado usted la prisa con la que mucha gente come, que lo hace varias veces a lo largo del día y en cantidades considerables? En gran porcentaje de los casos se trata de personas víctimas de ansiedad, aburrimiento, coraje o frustración, actitudes derivadas del ritmo de trabajo o la vida agitada y absorbente que se lleva.
Los especialistas en el comportamiento humano (psicólogos y psiquiatras) llaman a este desorden alimenticio hambre nerviosa o por estrés, la cual hasta hace unos años se consideraba típicamente femenino, pero que ha ganado terreno entre los varones y de mucho se puede decir. Se trata de una necesidad de consumir alimentos de manera rápida y descontrolada, fuera de las comidas, a menudo pasando del dulce a lo salado, sin estar plenamente consciente de lo que se come, de la cantidad, ni de la sensación de hambre y de sentirse satisfecho.
Algunos lo explican como una manera de mezclar emociones y comida, sin pensar en que ello les lleva a hacerse daño. Para algunas personas comer no es simplemente cumplir con sus necesidades nutricionales, si no se ha convertido en un entretenimiento y una manera de enfrentar la tensión; por ejemplo, muchos comen en forma desmedida e inconsciente porque llevan una relación de pareja muy conflictiva, tienen problemas en el trabajo o se sienten en desventaja cuando se comparan con amigos o hermanos.
Existen estudios que revelan que a los individuos que están pasando por dificultades emocionales a menudo les es imposible separar el hambre de otras sensaciones de malestar y no pueden reconocer el estado de saciedad.
¿Ha notado usted la prisa con la que mucha gente come, que lo hace varias veces a lo largo del día y en cantidades considerables? En gran porcentaje de los casos se trata de personas víctimas de ansiedad, aburrimiento, coraje o frustración, actitudes derivadas del ritmo de trabajo o la vida agitada y absorbente que se lleva.
Los especialistas en el comportamiento humano (psicólogos y psiquiatras) llaman a este desorden alimenticio hambre nerviosa o por estrés, la cual hasta hace unos años se consideraba típicamente femenino, pero que ha ganado terreno entre los varones y de mucho se puede decir. Se trata de una necesidad de consumir alimentos de manera rápida y descontrolada, fuera de las comidas, a menudo pasando del dulce a lo salado, sin estar plenamente consciente de lo que se come, de la cantidad, ni de la sensación de hambre y de sentirse satisfecho.
Algunos lo explican como una manera de mezclar emociones y comida, sin pensar en que ello les lleva a hacerse daño. Para algunas personas comer no es simplemente cumplir con sus necesidades nutricionales, si no se ha convertido en un entretenimiento y una manera de enfrentar la tensión; por ejemplo, muchos comen en forma desmedida e inconsciente porque llevan una relación de pareja muy conflictiva, tienen problemas en el trabajo o se sienten en desventaja cuando se comparan con amigos o hermanos.
Existen estudios que revelan que a los individuos que están pasando por dificultades emocionales a menudo les es imposible separar el hambre de otras sensaciones de malestar y no pueden reconocer el estado de saciedad.
¡A comer!
Una forma distinta de hambre nerviosa es el llamado "atracón", es decir, hacer una comida muy superior a la que la mayoría de las personas podría consumir en corto periodo de tiempo y bajo circunstancias similares. Hay quienes los realizan de vez en cuando, pero esta conducta se convierte en trastorno de la alimentación cuando se pierde el control o se hace frecuentemente.
Lo anterior es también un rasgo de comportamiento de un enfermo de bulimia, pero existen ciertas diferencias: mientras que estas personas tratan de compensar su sentimiento de culpa al autoinducirse el vómito, abusar de laxantes u otros fármacos, hacer ejercicio en forma excesiva o dejar de comer durante varias horas, quien experimenta hambre nerviosa se da un atracón y puede sentir culpa, pero no hace nada para superar su sensación de culpabilidad; aunque no es raro que se percate de que no puede controlar qué o cuánto está comiendo.
Los episodios de atracón se asocian a tres o más de los siguientes síntomas:
•Ingesta mucho más rápida de lo normal.
•Comer hasta sentirse desagradablemente satisfecho.
•Consumo de grandes cantidades de comida a pesar de no tener hambre.
•Comer a solas para esconder su voracidad.
•Sentirse a disgusto con uno mismo, depresión, o gran culpabilidad después de haber comido en demasía.
•Los atracones tienen lugar al menos dos días a la semana durante seis meses.
Como se explicó con anterioridad, muchas personas comen más cuando tienen problemas psicológicos, principalmente depresión o ansiedad, y gracias al atracón consiguen cierto alivio o una forma de huir de sus emociones; también hay casos en que mediante esta conducta alimentaria se intenta, inconscientemente, poner una barrera entre la persona afectada y quienes le rodean, tomando como emblema frases como "dado que soy gordo/a, no le gusto a los demás y nadie se me acercará". Sin embargo, suelen ser personas necesitadas de cariño y, como en el caso de la bulimia nerviosa, el atracón puede ser utilizado como "autocastigo" por no estar satisfechas consigo mismas.
La salud lo paga
Como es de suponer, el peso corporal de quienes sufren ambos trastornos alimenticios suele ser más elevado y, en muchas ocasiones, se trata de personas obesas, lo cual constituye un factor de riesgo adicional para desarrollar importantes enfermedades, como diabetes mellitus, hipertensión, colesterol alto y ataques cardiacos, entre otras.
El único método para evitar el hambre nerviosa es separando la relación entre emociones y comida, lo cual no siempre se consigue simplemente a base de fuerza de voluntad, sino con ayuda de terapia psicológica que apunte a controlar el mecanismo que acciona el hambre "inexistente".
En la terapia se trabajan las formas de superar baja autoestima e interacción con los demás, así como crear conciencia sobre los riesgos de seguir una conducta alimentaria equivocada. De igual forma, se motiva a la persona a realizar ejercicio, teniendo en cuenta que éste es, por un lado, un medio adecuado para mantener el peso óptimo y, por otro, puede ser la forma de acabar con el estrés.
Ahora bien, será igualmente importante ayudar al sujeto enfermo a encontrar la manera más adecuada de perder peso de acuerdo a su estado físico, labor que deberá corresponder a un nutriólogo. Debe dejarse claro que las dietas impuestas por uno mismo no tendrán los resultados esperados y que lo que se busca es reestablecer el adecuado equilibrio alimenticio.
Finalmente, cabe destacar el riesgo de intercambiar un vicio por otro, es decir, que en lugar de comer, se caiga en la tentación de fumar o tomar alcohol y excederse de igual forma, de ahí la importancia de contar con el respaldo de un profesional en la conducta humana. El primer objetivo será reconocer la causa de su tensión y ansiedad para posteriormente manejarla en forma positiva.
Recuerde que comer es un placer, el cual debe disfrutarse, pero cuando la única razón para hacerlo es dar solución a problemas emocionales, es hora de buscar ayuda.
Escrito por.
Regina Reyna
Gracias a:
http://www.saludymedicinas.com.mx/articulos/1558/hambre-nerviosa/1
www.blogs.monografias.com
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