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8 de diciembre de 2011

Cómo romper el amargo círculo del resentimiento

Ése es un resentido." Con esta frase descalificamos a una persona. Interpretamos su comportamiento entero, su actitud ante la vida, como el fruto despreciable de un sentimiento profundo, insistente, amargo, que le atormenta: el resentimiento. Gregorio Marañón escribió una biografía del emperador Tiberio explicando todos sus desmanes como la historia de un resentimiento. ¿En qué consiste esta emoción tan criticada? ¿Cuál es su causa? El lenguaje, que analiza los sentimientos con una precisión superior a la psicología, distingue entre odio, rencor y resentimiento. Todos implican una aversión hacia alguien –o hacia algo– y un deseo de destruirlo o aniquilarlo. Mientras que el amor, como decía Ortega, "se ocupa en afirmar su objeto", "odiar es sentir irritación por su propia existencia". El rencor y el resentimiento sólo se dirigen contra personas e incluyen la memoria de un agravio o injuria. Son sentimientos memoriosos, reiterativos, que mantienen vivo el recuerdo de un hecho pasado, sin dejarlo caer en el olvido. Quienes lo experimentan están anclados en un pasado que no pueden olvidar y que, de alguna manera, determina su vida.

Pero algo más los distingue del odio. Son sentimientos que encierran una dosis de impotencia, por no haber podido vengar la ofensa, por no poder perdonarla, por no poder olvidarla. El resentimiento es todavía más complejo que el rencor. Añade, dice María Moliner, una relación con la amargura y con la envidia. Es un odio triste, que invade todo el organismo afectivo de una persona, más allá de su causa. El amargado es incapaz disfrutar de nada, se encuentra profundamente ofendido, pero también, decepcionado de sí mismo. Max Scheler, en su estupendo estudio sobre el resentimiento dice: "Es una intoxicación sentimental".

¿Cómo se origina?
Creo que hay dos tipos de resentimiento que con frecuencia se confunden. El primero deriva de una ofensa o humillación que el sujeto ha sufrido y contra la que no ha podido o no se ha atrevido a hacer nada. Lleva por ello incluido un sentimiento de impotencia o indefensión que puede ser más doloroso que la ofensa. El culpable aparece protegido de alguna manera, inalcanzable, y al final es ese sentimiento el que se vuelve más insidioso. La víctima se ve condenada a no poder siquiera perdonarle, a contemplar que la ofensa no se acaba porque la impunidad del culpable prolonga la ofensa.
Es interesante comprobar cómo puede ntervenir en este complejo asunto el sistema judicial, uno de cuyas funciones es sustituir al deseo de venganza que toda víctima siente. Cuando no la cumple, produce ese sentimiento de irritación continua ante el desamparo, que es cuna del resentimiento.

Víctima culpable
En otras ocasiones, la misma víctima se considera culpable por no haberse defendido o atacado. Un continuo reproche –“no me atreví”– añade una vuelta más a este complejo sentimiento. El ofensor se convierte así en culpable de la ofensa y, además, de ese segundo sentimiento de humillación del que, sin embargo, es inocente. A partir de ese momento, todos sus gestos, comportamientos, palabras pueden vivirse como nuevas injurias. El resentimiento se alimenta a sí mismo con esas observaciones. En esto se parece a la envidia, que malinterpreta todas las expresiones del envidiado, ignorante muchas veces de lo que desencadena. Escribe Marañón que es muy típico de estos hombres no sólo la incapacidad de agradecer, sino la facilidad con que transforman el favor que les hacen los demás en combustibles de su resentimiento. Hay una frase de Robespierre, trágico resentido, que no se puede leer sin escalofrío, tal es la claridad que proyecta en la psicología de la Revolución: “Sentí, desde muy temprano, la penosa esclavitud del agradecimiento”.

Comprobaremos que hay sentimientos confesables e inconfesables. Esta distinción no hace referencia a un juicio moral, sino a algún aspecto del yo que se quiere ocultar. A nadie le importa confesar que odia a otra persona, o que siente furia o asco. Pero no creo que hayan visto que alguien reconozca que es un envidioso o un resentido. Estos sentimientos incluyen una mala imagen de uno mismo, un sentimiento de inseguridad o falta, que hacen al sujeto aún más vulnerable.
Hasta aquí he hablado de un resentimiento desencadenado por un hecho concreto, por un daño que no se ha podido superar. Pero hay otro tipo de sentimiento más general, estructural podríamos decir. Una persona puede sentirse maltratada por su situación. Su malestar no tiene un culpable concreto. Una enfermedad, un defecto físico, por ejemplo, pueden provocar un resentimiento hacia todos las personas sanas o bellas. Estas no son culpables, por supuesto, pero al compararse con ellas, las víctimas experimentan la misma sensación de impotencia que en el caso anterior.

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